Días pasados, en una visita al Chaco con motivo de la iniciación de las jornadas nacionales Néstor Kirchner-Florecen mil flores pintamos mil escuelas, mencioné “la fuerza arrolladora de la juventud”, agregando: “Nuestros jóvenes son solidarios, los admiro en su fuerza transformadora y también en su compromiso”.
Desde la política pública siempre hemos puesto el acento en promover a los jóvenes. No coincidimos con ese discurso prefabricado que sostiene que la juventud es el futuro del país. El futuro se construye desde el presente y la juventud es parte de este presente. Por ello trabajamos en su integración protagónica.
No es una integración desde una mirada economicista, o de protección social la que está en marcha, se trata que la juventud sea parte activa del proyecto de país. El modelo neoliberal sacraliza el individualismo, no valora la construciones humanas colectivas,la familia y mucho menos a la juventud organizada.
En el pensamiento neoliberal la juventud se naturalizó como sujeto de consumo, como objeto de manipulación para los objetivos del mercado excluyente de las mayorías. El remanido éxito de los jóvenes se contaba como la conquista de un mundo idealizado en el individualismo autosatisfactorio, el sálvese quien pueda como lema de vida.
Alejados de toda noción de bien común, la Patria, el Estado, los derechos sociales y humanos, los valores positivos no eran parte de proyecto sino de un diccionario fragmentado hecho a medida de la desintegración nacional.
Nosotros consideramos a la política como una construcción colectiva para transformar la realidad, y la participación como la fuente de reserva y el valor desde dónde se realiza. La juventud es el nuevo cauce de esa participación.
Después de tantos años de abominación de la política, hoy los jóvenes son sujetos protagonistas. La realidad es que existió un taponamiento impuesto por las diversas capas geológicas de la politiquería, ¡los jóvenes no tenían lugar! Se ignoraba y limitaba la capacidad de cambio de este grupo social.
Si hablamos de capacidad de cambio, de empuje sano, de compromiso con la historia, ahí siempre estuvo y está nuestra juventud. Sobran ejemplos, la juventud ha sido capaz de las entregas más sublimes en la defensa de sus ideales y estilos de vida.
No olvidemos que no hace demasiado tiempo, en la década del ’90 –los tiempos históricos en nuestro joven país siempre parecen contemporáneos– algunos de esos jóvenes argentinos eran excluidos del tejido social, y otros veían a Ezeiza como única puerta de salida a sus expectativas.
Por eso pensamos desde nuestro gobierno que un país cuyos jóvenes piensan que sólo se van a realizar aeropuertos afuera, y la tristeza y desesperanza atrapa, se va sumiendo en una pobreza de espíritu capaz de denigrarlo, hasta entregar su propia soberanía. Eso sería resignar la promoción y realización de su pueblo, que es, sin duda, nuestro mayor recurso estratégico.
Hoy, aquél mundo perversamente mágico del individualismo supremo que les pintaron a los jóvenes, está refutado por la realidad de la fuerza colectiva creativa y transformadora de la juventud. Ya nadie es capaz de indicarles “si querés ser alguien y hacerte un futuro, andate de este país, porque esto se hunde”.
Desde hace ocho años las cosas han cambiado. La irrupción de la juventud en el compromiso político es un renacer de la esperanza en la construcción conjunta de una nación distinta. Un pueblo que vuelve a creer que la felicidad es posible, en una nación que se engrandece.
Cuando el ex presidente, Néstor Kirchner, señalaba “a los jóvenes les digo sean transgresores, opinen, la juventud tiene que ser un punto de inflexión del nuevo tiempo”, ellos lo entendieron. Porque no se trata de tener una juventud objeto mansa, pasiva, que no levante la cabeza, ideal para ser usada por los mercaderes de la politiquería, o por intereses corruptos.
La juventud que irrumpe en la política, es una juventud que se ha dado cuenta que al país lo construimos entre todos.“Vivimos en un país donde nadie tiene miedo a decir lo que piensa”, dijo la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, dirigiéndose a los jóvenes en ese lindísimo y esclarecedor acto en el Luna Park, y agregaba “les tengo una sana envidia porque pueden vivir en un país donde hay total libertad”.
En este modelo de país que estamos construyendo, los jóvenes son la vanguardia de las transformaciones políticas, económicas, sociales y culturales, pero sobre todo los queremos y están, en la trinchera de la defensa de los intereses nacionales.
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