Por Roberto Baschetti
Si existe una certeza en la trayectoria política de Perón, la misma está referida a su vigencia. A su permanencia en el tiempo. Criollo de estirpe, militar consumado, conductor de masas, líder indiscutido, presidente constitucional de nuestro país durante tres períodos, estratega de la Resistencia durante sus 18 años de exilio, amado por su gente hasta límites inverosímiles (“La vida por Perón”) y odiado por sus detractores en igual medida.
Durante más de 30 años fue el político argentino más importante del concierto nacional e internacional; con seguridad el más relevante del siglo XX. Aún desde el destierro, por 18 años, siguió manejando la política argentina, haciendo realidad lo que sus seguidores proclamaban –siempre perseguidos y proscriptos- en el territorio nacional: “Sin Perón no hay solución”.
La imagen que me viene, la idea que me asalta, la pregunta que me formulo es sencilla, ingenua si se quiere y su respuesta muy posiblemente se encuentre en este libro.
¿Qué fuerza interior, que convicción profunda motivaba a Perón para seguir adelante, en los momentos más aciagos? ¿En que reservas mentales abrevaba para no desfallecer ante el infortunio circunstancial? Para usar el lenguaje de los pibes de hoy en día: ¿cómo hacía para “carga las pilas” y no dejar flancos descubiertos y quedar irremediablemente expuesto al fracaso o al olvido?
A mi entender, la respuesta a todas estas preguntas es una sola y va en una misma dirección: El Sur argentino, nuestra Patagonia.
Juan Domingo Perón pasó su infancia en esas tierras, a 50 leguas de Puerto Camarones (Chubut) en un paraje denominado Sierra Cuadrada, donde su padre Don Mario Tomás disponía de un establecimiento ganadero que ostentaba el nombre de “La Porteña”.
Terreno duro e inhóspito. Donde los aluviones geológicos provocan hundimientos y emersiones que dejan a la vista bosques de troncos petrificados. Un suelo quebrado es el paisaje rutinario que se extiende hasta donde llega la vista. En los refugios naturales, en los cañadones, crecen como pueden pastizales de mallín, único alimento del ganador lanar. No hay ningún arbusto de utilidad y los bosques –como se sabe- brillan por su ausencia. Solamente coirones, molle, alpataco, calafate y cola de pichi alfombran el terreno de manera caprichosa. El agua es escasa. El clima es seco y frío: con vientos fuertes inclusive en el verano y nevadas gélidas en invierno. Esta claro que resulta muy difícil adaptarse al lugar. Son más los que se van que los que se quedan. Pero el que se queda, el que se impone al medio ambiente, forja un arrojo, una disciplina, un carácter y hasta una tozudez que lo acompañará hasta el fin de sus días. Tierra “que exige temple y arrestos de varones” al decir de nuestro querido e inolvidable Enrique Pavón Pereyra.
Y Perón se formó ahí.
Volcó sus conocimientos e hizo aportes a la cultura regional. Primero en 1934 cuando elaboró la “Memoria Geográfica Sintética del Territorio Nacional del Neuquén”. A continuación, durante 1935 y 1936 publicará en entregas editadas por el Almanaque del Ministerio de Agricultura, la “Toponimia Patagónica de Etimología Araucana”, lo que le permite obviamente conocer la lengua del habitante natural de esas tierras tan alejadas de Buenos Aires.
Lo social –una impronta de su posterior acción política- también fue parte de su vida sureña. Todos habitaban en el medio del desierto y la desolación. Convivió con peones e indios. Supo de las postergaciones de unos y de la indigencia de otros. Se propuso cambiar esa realidad triste y asfixiante cuando llegara el momento. Siempre tuvo clara la importancia del ser humano como tal. Por eso cierta vez dijo: “El hombre es el único que instaura una morada en la Tierra, esa es la Patria”.
Un día lejano, el joven Perón, en el ya citado Puerto Camarones, con tan sólo 17 años, mostró en una sola actitud que ya tenía claro que iba a hacer ( y que iba a ser) en su vida. Le regaló a unos paisanos del lugar unos objetos muy preciados que guardaba desde niño. Preguntado el porque de esa actitud de desprendimiento; no dudó un instante: “Yo conservo todo lo que doy”. Eso fue una constante en su vida y en su largo después que se extiende hasta hoy.
Perón dio dignidad, reconocimiento, identidad, orgullo de pertenencia, prosperidad, un futuro cierto y elecciones libres a la gran mayoría de los argentinos, que hasta su llegada al poder solamente tenían obligaciones y paradójicamente conculcados casi todos sus derechos. Dio todo eso y mucho más; justicia social, independencia económica, soberanía política. Por eso se conserva eternamente en la memoria de su pueblo.
Entender y apreciar en su justo término al Perón político en lo que hace a sus convicciones y proceder, implica previamente saber del “joven” Perón que se formó en la adversidad climática y natural de nuestro extremo continental, adquiriendo un temple que se pondría a prueba en más de una oportunidad.
Esto nos sumerge en esa realidad pocas veces mencionada y en tantas oportunidades soslayada. Es justo mencionarlo ahora.
Durante más de 30 años fue el político argentino más importante del concierto nacional e internacional; con seguridad el más relevante del siglo XX. Aún desde el destierro, por 18 años, siguió manejando la política argentina, haciendo realidad lo que sus seguidores proclamaban –siempre perseguidos y proscriptos- en el territorio nacional: “Sin Perón no hay solución”.
La imagen que me viene, la idea que me asalta, la pregunta que me formulo es sencilla, ingenua si se quiere y su respuesta muy posiblemente se encuentre en este libro.
¿Qué fuerza interior, que convicción profunda motivaba a Perón para seguir adelante, en los momentos más aciagos? ¿En que reservas mentales abrevaba para no desfallecer ante el infortunio circunstancial? Para usar el lenguaje de los pibes de hoy en día: ¿cómo hacía para “carga las pilas” y no dejar flancos descubiertos y quedar irremediablemente expuesto al fracaso o al olvido?
A mi entender, la respuesta a todas estas preguntas es una sola y va en una misma dirección: El Sur argentino, nuestra Patagonia.
Juan Domingo Perón pasó su infancia en esas tierras, a 50 leguas de Puerto Camarones (Chubut) en un paraje denominado Sierra Cuadrada, donde su padre Don Mario Tomás disponía de un establecimiento ganadero que ostentaba el nombre de “La Porteña”.
Terreno duro e inhóspito. Donde los aluviones geológicos provocan hundimientos y emersiones que dejan a la vista bosques de troncos petrificados. Un suelo quebrado es el paisaje rutinario que se extiende hasta donde llega la vista. En los refugios naturales, en los cañadones, crecen como pueden pastizales de mallín, único alimento del ganador lanar. No hay ningún arbusto de utilidad y los bosques –como se sabe- brillan por su ausencia. Solamente coirones, molle, alpataco, calafate y cola de pichi alfombran el terreno de manera caprichosa. El agua es escasa. El clima es seco y frío: con vientos fuertes inclusive en el verano y nevadas gélidas en invierno. Esta claro que resulta muy difícil adaptarse al lugar. Son más los que se van que los que se quedan. Pero el que se queda, el que se impone al medio ambiente, forja un arrojo, una disciplina, un carácter y hasta una tozudez que lo acompañará hasta el fin de sus días. Tierra “que exige temple y arrestos de varones” al decir de nuestro querido e inolvidable Enrique Pavón Pereyra.
Y Perón se formó ahí.
Volcó sus conocimientos e hizo aportes a la cultura regional. Primero en 1934 cuando elaboró la “Memoria Geográfica Sintética del Territorio Nacional del Neuquén”. A continuación, durante 1935 y 1936 publicará en entregas editadas por el Almanaque del Ministerio de Agricultura, la “Toponimia Patagónica de Etimología Araucana”, lo que le permite obviamente conocer la lengua del habitante natural de esas tierras tan alejadas de Buenos Aires.
Lo social –una impronta de su posterior acción política- también fue parte de su vida sureña. Todos habitaban en el medio del desierto y la desolación. Convivió con peones e indios. Supo de las postergaciones de unos y de la indigencia de otros. Se propuso cambiar esa realidad triste y asfixiante cuando llegara el momento. Siempre tuvo clara la importancia del ser humano como tal. Por eso cierta vez dijo: “El hombre es el único que instaura una morada en la Tierra, esa es la Patria”.
Un día lejano, el joven Perón, en el ya citado Puerto Camarones, con tan sólo 17 años, mostró en una sola actitud que ya tenía claro que iba a hacer ( y que iba a ser) en su vida. Le regaló a unos paisanos del lugar unos objetos muy preciados que guardaba desde niño. Preguntado el porque de esa actitud de desprendimiento; no dudó un instante: “Yo conservo todo lo que doy”. Eso fue una constante en su vida y en su largo después que se extiende hasta hoy.
Perón dio dignidad, reconocimiento, identidad, orgullo de pertenencia, prosperidad, un futuro cierto y elecciones libres a la gran mayoría de los argentinos, que hasta su llegada al poder solamente tenían obligaciones y paradójicamente conculcados casi todos sus derechos. Dio todo eso y mucho más; justicia social, independencia económica, soberanía política. Por eso se conserva eternamente en la memoria de su pueblo.
Entender y apreciar en su justo término al Perón político en lo que hace a sus convicciones y proceder, implica previamente saber del “joven” Perón que se formó en la adversidad climática y natural de nuestro extremo continental, adquiriendo un temple que se pondría a prueba en más de una oportunidad.
Esto nos sumerge en esa realidad pocas veces mencionada y en tantas oportunidades soslayada. Es justo mencionarlo ahora.
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