Por Sergio Espinoza
Un recuerdo vago me queda de mi niñez, de ver a mi madre quemar papeles que para ella resultaban peligrosos. Tenía once años o doce, mi memoria es débil.
Un recuerdo vago me queda de mi niñez, de ver a mi madre quemar papeles que para ella resultaban peligrosos. Tenía once años o doce, mi memoria es débil.
Luego, cuando grande, ella me contó que vivía con temor a que los militares golpearan la puerta de casa y le echaba la culpa a mi tío y sus cuestiones políticas. “Tenía esas revistas y papeles del partido. Él se iba y yo quemaba todas esas cosas”, me decía.
Mi tío en aquel entonces era militar y peronista y lo que recuerdo de aquella época es que no se quedaba quieto. Entraba y salía de casa, nunca se quedaba por largo tiempo.
Lo que no me olvido es que siempre andaba armado. Al principio, por las noches, un pistola 45 era el adorno de su mesita de luz. Luego, al parecer por recomendaciones de mi madre, fue a parar debajo de su almohada.
Para ese entonces, a mi tío lo habían retirado de la fuerza, según él por peronista. Pero desde ese momento no andaba tranquilo.
Una situación quedó grabada en mi memoria para siempre. Era de mañana cuando mi tío comenzó desesperadamente a guardar todas sus pertenencias en una valija roja, mediana, con cierre de metal y también en un bolsito.
Lo hacía todo con urgencia. Mi tío era una suerte de ídolo para mí, y ese día lo vi preocupado. “Acompañame hasta la parada del colectivo”, me dijo, y eso hice. Tan a las corridas íbamos por la vereda que él no se dio cuenta que su chaqueta estaba abierta y la pistola estaba expuesta a todos. La llevaba en la cintura. “Tío, se te ve la pistola”, le dije y se abotonó el saco.
Antes de tomar el colectivo sentenció: “de esto no le cuentes a nadie”, y luego se marchó.
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