Todo lo que tenga que ver con la religiosidad tiene directa relación con la creencia del ser humano, con el sentir más profundo del mismo. Este sentir es el que moviliza al individuo, o conjuntos humanos. A su vez, produce hechos sociales que determinan en consecuencia, hechos históricos.
Lo natural y lo dado tiene directa relación con esto que se enuncia. Y no es antojadizo afirmar, que la transmisión de la fe tiene como elemento sustancial el arte de comunicar. Por medio de la palabra se transmite la fe. Hoy, con el avance tecnológico, son múltiples los vehículos por donde se transmite la palabra.
Esto bien lo saben aquellos que estudian el modo de comunicar. De instalar una creencia. De transformar un mensaje en creencia y por consiguiente, en verdad absoluta.
Hoy, se hace más evidente de que nada es independiente al mundo en que vivimos. Desde que el ser humano nace, se desarrolla en un mundo social y cultural que lo moldea y lo forma.
La transmisión cultural del niño comienza en el hogar. La cotidianidad del medio inmediato lo forma. Luego, durante la evolución del niño en hombre, hace lo propio la institución académica y por consiguiente, su relación con el mundo.
Todo lo dicho en tiempos inmemorables fue escrito y reproducido, también fue asimilado y re-transmitido. No importa el nivel de percepción de aquel que se tope con ello. El hecho comunicacional se produce e inevitablemente, el ser humano como receptor del mensaje, lo re-significa y lo devuelve al mundo. Así, infinitas veces. Desde el inicio de la comprensión de la palabra hasta las redes sociales por Internet.
Toda definición, conclusión o fundamentación de ideas tiene su correlato en otra anterior. Aunque se perciba como contemporánea. Aunque parezca como original. En el esqueleto de esa estructura de pensamiento que uno cree independiente y novedosa, aquella idea remota se encuentra vigorosa de salud.
Por eso es difícil creerle a aquel que se manifiesta independiente a algo. Bien podemos decir que somos extemporáneos a aquella idea primera, pero como seres humanos, con una historia social y personal, no podemos aseverar que somos totalmente ajenos. Nacimos experimentando un mundo cargado de significados, datos históricos y sociales. Toda esa información conforma nuestro ser en el mundo, el quién soy.
Por otro lado, la intencionalidad es lo que define al ser humano por excelencia. En cada acto del ser humano hay una intención lanzada al mundo*. Por medio de la intencionalidad nos manifestamos y desde ahí nos conectamos con otros.
La intencionalidad es el motor de nuestra necesidad. Con ella podemos reconocer al otro o cosificarlo, “naturalizarlo”. Es decir, valorizarlo o degradarlo a la nada.
También, podemos naturalizar las ideas, las palabras y las acciones. Darles entidad, valor referencial, lógica y sensatez. Esto también, lo saben aquellos que estudian el modo de comunicar.
La evolución tecnológica de nuestra sociedad hizo que se desarrolle el andamiaje para la construcción del sentido. Otorgarle sentido, razón de ser a algo o a alguien, tiene directa relación con lo natural y la intención.
Para liderar la sociedad moderna en que vivimos, (mundo desarrollado por entes suprapersonales que van más allá del interés particular y que están entramados en una constante pugna por el control de un poder determinado), es importante saber utilizar este tipo de alquimia.
Instalar en esta sociedad una intención como lo natural es la tarea en que se encuentran abocados aquellos que intentan seguir ostentando el control del todo social. El vehículo para ello es el más viejo que existe pero no el menos efectivo: La comunicación.
No gratuitamente, aquellos que poseen poder económico y que intentan dominar el poder público, se apropian del sentido de la comunicación. Con el afán de otorgarle resignificación a sus actos y sus intereses. Hasta llegar a transformar la realidad desde el modo de contar la época y sus protagonistas.
Finalmente, como en tiempos remotos, hoy la palabra está cargada de significado y la comunicación es el vehículo natural para asimilar y transmitir una creencia.
Pero claro, éstos son otros tiempos. Tiempos en que aquello que creemos como natural está viciado de intención y que si no estamos atentos, es probable que terminemos naturalizados.
*En homenaje a Mario Luis Rodríguez Cobos, Silo.
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