Por Sergio Espinoza
El viejo mundo esta convulsionado. Esto dejó de ser noticia para transformarse en un suceso histórico. Cuando hablo del viejo mundo no cabe duda que estoy hablando de los pueblos. El viejo Orden Mundial se está agrietando en diferentes frentes y parece difícil volver a su estado conservador.
Es patético como Estados Unidos quiere tapar los agujeros producidos por el sentimiento liberador de las multitudes populares en diferentes países, que hace unos años atrás, parecían anestesiados por el discurso del terror.
Mientras el gobierno norteamericano estaba ensimismado en controlar las fronteras orientales en Asia, daba oxígeno para que los pueblos latinoamericanos puedan tener perspectivas políticas diferentes al esgrimido con el Plan Cóndor y la constitución del neoliberalismo.
Norteamérica parece pendular en su control y no puede controlar todo a la vez. Los pueblos ya no creen en las bondades del sueño norteamericano y decidieron una vez por todas construir y hacer realidad su propio sueño. Después de esto, seguramente, todo será distinto.
Los países centrales europeos eran tiempo atrás el destino obligado de los ciudadanos norteafricanos y asiáticos que pugnaban por escapar a los gobiernos monárquicos y totalitarios de los países árabes. El cambio de vida pasaba por el individualismo. La crisis económica que sucumbió a los europeos hizo crecer con más potencia la xenofobia de los locales y se intensificó el cierre de las fronteras.
Aquellos ciudadanos árabes que no pueden salir de sus países, necesariamente tienen que impulsar el cambio allí, donde nacieron y se criaron, ya que les es difícil la emigración. Ya no pueden escapar de su realidad. Sólo queda cambiarlo todo. Eso es revolución.
Por su parte, los europeos están en una etapa distinta de un mismo conflicto. La efervescencia popular de un primer momento en países como Francia, España, Inglaterra, Irlanda, Países Bajos, producto de su caída económica, fue dirigida contra los extranjeros. Cuando ya los inmigrantes no sean la excusa que enarbolen los dirigentes políticos y económicos, los pueblos buscarán la solución final.
Mientras tanto, el paraejército montado por Norteamérica en todo el mundo permanece expectante a la señal del Pentágono. Miles de millones de soldados desparramados en todo el planeta no sueña con volver a su país. Estados Unidos no puede acogerlos. Generarían una implosión económica sin precedentes en el país del Norte, dada la crisis que está viviendo en la actualidad, con más del 20 por ciento de desocupación. Son ciudadanos sin tierra. Finalmente, su patria es la que ocupan.
Ante este panescenario, Argentina se muestra ante el mundo como un paraíso por explotar. Sin embargo, este tiempo histórico nos encuentra en la reconstrucción de un sentimiento nacional, con la conformación genuina de una dignidad como nación libre. Pero, sólo es eso, el comienzo. Al menor cimbronazo me pregunto qué sucederá con cada uno de nosotros.
Por esto, es necesario continuar con la construcción de una unidad fuerte en función de fortalecer dicha dignidad y sentimiento. Capaz de sostener los vendavales más fuertes de la época. Esta es la tarea por venir. Esta es la construcción que debemos realizar. Es nuestro destino ciudadano. Detrás de una misma bandera y un proyecto liberador. Si nos guiamos por nuestra intuición de hombres y mujeres libres, sabremos navegar por estas aguas turbulentas de la historia. Espero que tomemos la decisión acertada.
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